Julio 2018

RUTA POR EL RÍO LOZOYA (28/7/18).

Nos hemos propuesto que Hebra sea un colectivo conectado con la naturaleza y para ello hemos organizado este fin de semana un pequeño paseo campestre por las afueras de la capital. El objetivo no es ni mucho menos que ganemos la cumbre de alguno de los variopintos picos que embellecen la Comunidad de Madrid, sino algo mucho más humilde: escapar de la inhóspita urbe, respirar aire no viciado y pasar unas horas confraternizando entre nosotros.

Desde uno de los barrios obreros en los que vivimos, Vallecas, salimos, temprano y en coches, un grupo de compañeros. Mientras nos desperezamos y después de darnos los correspondientes besos y achuchones mañaneros, recogemos al resto de compis en otra zona de Madrid. Comentamos que se echa de menos a los que no han podido venir hoy.

El viaje en coche, hasta llegar al inicio de la ruta, dura una hora aproximadamente, pasando por pueblos de la que llaman la Sierra Pobre, ¡qué pena que hasta las montañas tengan que sufrir el clasismo impuesto por el ser humano! El Molar, El Vellón, Torrelaguna, Patones de Abajo son algunas de las pintorescas poblaciones que atravesamos hasta llegar a El Pontón de la Oliva, situado en la sierra de Ayllón, al noreste de la Comunidad.

Empezamos la caminata frescos, lozanos y charlatanes, sin reparar mucho en lo que nos deparará la jornada. Es un día de julio, soleado y caluroso. Nada más ponernos en marcha el río Lozoya aparece ante nosotros y ya no nos abandonará en todo el recorrido, lo que nos hace pensar en la refrescante recompensa que nos espera al final. En mitad de la travesía nos encontramos con la primera dificultad: un pequeño, pero amenazador, precipicio que tenemos que sortear. Aquí, el apoyo mutuo y la solidaridad entre los miembros de la familia hebreña hacen que lo que inicialmente era un abismo se convierta en un obstáculo para principiantes.

Seguimos andando entre encinas, quejigos, chopos, almendros y robles ,y aunque estamos ya en verano la vegetación arbórea está todavía muy verde.

Antes de llegar a la mitad de la ruta y viendo un remanso de agua, no me resisto a hacer una pequeña pausa para refrescarme en el gélido y cristalino río Lozoya. El resto de compis no se animan, quizás influenciados por los alaridos que salen de mi garganta. Aunque estamos en verano, el agua proviene del deshielo de la sierra. Pero esta pausa durará poco, ya que no muy lejos unas abejas provenientes de unos panales construidos por el hombre se acercan a saludarnos y advertirnos de que no les gusta que se las moleste.

Tras unos diez kilómetros llegamos a la mitad de la ruta, una zona en la que el agua está embalsada. Decidimos parar aquí y darnos unos merecidos baños, ahora sí, se animan más hebreñas y hebreños. Al momento, nuestros estómagos empiezan a recordarnos que el desayuno ha quedado ya muy lejos. Comemos y charlamos sobre temas de todo tipo, políticos y más mundanos, y nos echamos unas risas. Entre el sonido de las conversaciones de las compañeras me paro a contemplar el paisaje y a escuchar a los pájaros que habitan la zona y pienso que el esfuerzo realizado hasta ahora ha merecido más que la pena.

Después de un par de horas de relax y con mucha pereza, decidimos emprender la vuelta. Los kilómetros empiezan a hacer mella en los compañeros menos acostumbrados a las caminatas, ampollas y dolores musculares afloran tras las horas de esfuerzo. El regreso se hace más duro, lo que me hace pensar que quizás debería haber buscado una ruta algo más suave. Llegamos al final del trayecto con la mitad de las hebreñas tocadas físicamente pero con la satisfacción de haber superado el reto y haber compartido unas cuantas horas con la familia.

Ahora tocan las cervecitas, los refrescos y el intercambio de impresiones sobre la veraniega jornada campestre de la que hemos disfrutado, y también, por qué no decirlo, con la que hemos sufrido. Y así esperamos al siguiente evento de confraternización que organicemos, que será en breve y lo más seguro con acento francés.