Más preferible aún que la familia, unida por la sangre, es la comuna, que une individuos por lo que ellos quieren y no por lo que la sangre les obliga a querer. La afinidad cultural consciente es en definitiva una base más creativa para la asociación que las impensantes demandas del parentesco. Los rudimentos de una sociedad ecológica probablemente estarán estructurados en torno a la comuna (creada libremente, de escala humana, e íntima en sus relaciones conscientes), y no en torno al clan o a formas tribales que suelen estar apoyadas en los imperativos de la sangre y en la noción de una ascendencia común. Lo que la sociedad ecológica probablemente busque no es una “retribalización” sino una recomunalización, con su caudal libertario y creativo[1].
Comuna es una de esas palabras desprestigiadas acaso más por la acción de sus partidarios que por la de sus detractores políticos. En todo caso, es un continente que ha dejado de servir a la idea revolucionaria que contenía. A falta de una palabra mejor, nosotras hemos elegido el término comunidad libre para expresar una idea muy parecida, aunque necesariamente adaptada a nuestra época.
Las comunas han tenido una tendencia histórica al repliegue, al ensimismamiento. La tendencia se agravó en los años 70 del siglo XX, en el que se fundaron miles de comunas evasivas, basadas en el retiro espiritual y en una autosuficiencia energética y agraria enclaustrada. Estas comunas no podían saber entonces lo que nosotras hemos llegado a saber cincuenta años después: que el capitalismo está arrasando el planeta entero, no sólo las zonas por donde se despliega y opera directamente. En otras palabras: que no hay escapatoria del capitalismo. Tirarse al monte no es más seguro que permanecer en la ciudad. De momento, a fecha de hoy, estamos a salvo del fin del mundo por una cuestión de tiempo, no de espacio: la extinción de la humanidad provocada por el capitalismo tardará probablemente más años en llegar que nuestra propia muerte natural. Y esta es quizá la única razón por la que todavía ninguna generación se ha tomado en serio las obras de demolición de este sistema insostenible. Insostenible en términos ecológicos y económicos, pero también éticos y racionales. No es sólo energía o recursos naturales lo que estamos robando a las generaciones venideras. Les estamos robando, literalmente, tiempo.
No queda un lugar adonde huir[2], luego ha llegado el momento de unirse y luchar. Y lo que está en juego en la lucha contra el capitalismo y su corporación política, el Estado, es la supervivencia de la especie humana, entre la de otras decenas más de millones de especies.
En los últimos nueve años se han desarrollado en el seno de la Internacional más ideas de las que serían necesarias para salvar el mundo, si las ideas solas pudieran salvarlo, y desafío a cualquiera a inventar una nueva. El tiempo ya no pertenece a las ideas, sino a los hechos y a los actos[3].
La declaración premonitoria es de Bakunin, partidario de la Comuna de París, un modelo de comuna insurreccional, combativa y armada, en el polo opuesto del modelo evasivo impulsado por Owen, Fourier o Cabet en la primera mitad del siglo XIX, cuyos proyectos acabaron todos fugándose a América[4], a seis mil kilómetros del continente donde se diseñaron. La Comuna de París fue la primera en expulsar a un Estado de su localidad, pero duró apenas dos meses. Entre las causas del fracaso, la inferioridad militar, la soledad y la falta de práctica política y económica autogestionaria al margen del Estado. Sin estructuras políticas y económicas autogestionadas sólidas, ninguna insurrección cuaja en revolución. Todas se malogran y terminan en un reforzamiento del Estado, autoritario y totalitario por definición, es decir, contrarrevolucionario, no importa el adjetivo con que se califique, “fascista”, “comunista”, “democrático”, etc.
La combinación del modelo evasivo y del modelo combativo de comunas que hemos llamado comunidad libre es un proyecto de vida revolucionario que conjuga la acción directa contra el sistema, la resistencia al capitalismo y al Estado, con la práctica constante de la autogestión comunitaria (que se materializa en proyectos de educación libre, sanidad, vivienda, defensa del territorio, etc.) y el asociacionismo federalista como método solidario de crecimiento.
[…] pienso que la igualdad debe establecerse en el mundo por la organización espontánea del trabajo y de la propiedad colectiva de las asociaciones productoras libremente organizadas y federadas en las comunas, mas no por la acción suprema y tutelar del Estado[5].
¿Qué es Hebra? Hebra es una comunidad libre. En Hebra, cada proyecto está animado por una fuerza destructora y otra creadora. Es a la vez un motín contra el sistema y el ensayo de un nuevo modelo económico y político. Más concretamente, es un motín porque es el ensayo de una sociedad nueva que no rehúye la lucha contra la vieja. Por eso, la ubicación geográfica de Hebra es esa tierra de nadie, ni de la megalópolis ni de la naturaleza, ese intersticio conocido técnicamente como “periurbano”. Con el escaparate de Madrid a tiro de piedra, a menos de una hora en transporte “público”, podemos seguir participando en las luchas de los anarcosindicatos, de los grupos feministas, por la autonomía de los barrios, etc. Tenemos incluso una Asamblea específica y regular, llamada “Asamblea combativa”, donde coordinamos las distintas luchas en que cada una estamos implicadas para apoyarnos y ser más efectivas, o sea, más dañinas. Al mismo tiempo, el alejamiento de la megalópolis nos permite iniciar la mudanza creativa, el desmantelamiento de las aglomeraciones urbanas, de las industrias, de la gran distribución —esto implicaría tipos de producción y de suministro alternativos—, de los medios de comunicación de masas, de los aparatos represivos y judiciales, de las administraciones… Son procesos contrarios a la dinámica dominante que se darán en un periodo de transición, porque el capitalismo ha destruido tanto, que reconstruir una sociedad equitativa en libertad, sin Mercado y sin Estado, va a costar muchísimo. […] Un movimiento revolucionario, antidesarrollista, debería tener una orientación descolonizadora, tendría que dirigirse hacia lo local, una orientación desestatizadora, desindustrializadora y autónoma. Es decir, reforzar en esta fase una sociedad horizontal, integral en el sentido de que todas las actividades formarían parte de un todo (la política, la economía, el aprendizaje, la cultura…). Horizontal pues, autónoma, integrada, fraternal, equilibrada, igualitaria, antipatriarcal y descentralizada[6].
[1] Murray Bookchin. La Ecología de la Libertad.
[2] Esa cosa menguada que percibimos como “naturaleza” no es más que un espectáculo, una representación mercantil y mediática de lo que fue la naturaleza alguna vez para nuestra especie. Desobediencia en comunidad. Editorial de “Expropiaciones”, número 1 de la serie Acción Económica, Cuadernos de La Canica: http://lacanica.org/wp-content/uploads/2017/09/1_expropiaciones_lectura1.pdf
[3] Bakunin, 1873, a propósito de su abandono de la Federación del Jura. Cita sacada de La Sociedad del Espectáculo, de Debord.
[4] Sobre todo, a EE. UU, que en el siglo XIX todavía tenía vastísimas extensiones de terreno por colonizar y ofrecía condiciones muy ventajosas de adquisición de fincas para este tipo de proyectos. La tradición de comunas evasivas norteamericanas, que eclosionó durante los 60 y 70 del siglo XX, tiene su origen en aquel éxodo de cientos de experimentos sociales de toda Europa, tanto de corrientes socialistas como de sectas religiosas cristianas.
[5] Bakunin. La Comuna de París y la noción de Estado:
http://www.papelesdesociedad.info/IMG/pdf/bakunin_la_comuna_de_paris_y_la_nocion_de_estado_c4.pdf
[6] Miguel Amorós entrevistado por Rubén Martín: http://kaosenlared.net/entrevista-de-miquel-amoros-por-ruben-martin/