Segunda década del siglo XXI. La época que nos ha tocado vivir es una terrible imagen de un mundo que se autodestruye, de una especie que no es capaz de hallar un camino racional para vivir en él. Toda el planeta está ocupado y dominado por una serie de organizaciones criminales; se han adueñado de toda la tierra, han impuesto sus normas, su violencia, su esclavitud, y no podemos escapar de ella. Poco a poco se va haciendo realidad un futuro que nos resultaba muy difícil concebir. Estas organizaciones, dirigidas por sus cúpulas mafiosas, han conseguido ya en este siglo controlarlo absolutamente todo, dirigir nuestra vida desde que nacemos hasta que morimos, y asegurar con ello un régimen absolutista moderno, enmascarado por la sagrada democracia. Gracias a ello, otra élite criminal, los verdaderos dominadores del mundo, vivirán como reyes durante generaciones a costa de la pobreza y explotación de las clases trabajadoras. Para asegurar ese infame sistema, estas bandas organizadas, con sus brazos armados, no dudan en imponer su voluntad por la fuerza, destruir la naturaleza, asesinar a miles de personas en guerras, someter a la miseria a millones, reprimir, encarcelar o matar a las que se atrevan a mostrar disidencia. No existe un solo lugar en la Tierra en el que se pueda vivir en libertad.
Aunque parece un guión de la próxima saga de Marvel, no lo es. De hecho, todas podemos asignar nombres claros a esas organizaciones, a las cúpulas, los brazos armados y las élites despóticas. La distopía se ha hecho real aquí y ahora. Nada podemos decir que no sepamos todas. El capitalismo se ha convertido en un monstruo tan gigante, tan poderoso, que ya ni siquiera quedan las esperanzas revolucionarias que antaño pudieron poner en peligro su régimen. Los medios de control social se han sofisticado hasta límites que Orwell no pudo, o no quiso imaginar. Lo hemos visto con la pandemia. Ahora lo vivimos con una nueva guerra en Europa, de la que los grandes políticos y oligarcas, sean rusos, ucranianos, estadounidenses o españoles, sacarán cuantiosos beneficios asesinando inocentes, con sus acuerdos comerciales y su venta de armas. Con la excusa de la amenaza, los déspotas siguen aumentando su maquinaria asesina, e intensifican el totalitarismo contra su propia población. El calentamiento global y el exterminio de la biodiversidad son hechos, pero los criminales no harán nada ni aunque destruyan la Tierra, porque destruirla da mucho dinero. El mundo que está por venir, sin duda, se anuncia aún peor.
Decía Colin Ward que, a pesar de todo, siempre existe una sociedad antiautoritaria, que se organiza a sí misma, “como una semilla bajo la nieve”, enterrada bajo el peso del Estado y su burocracia, el capitalismo y su derroche, los privilegios y sus injusticias. Y es verdad, cuando hay situaciones desesperadas vemos aflorar la solidaridad y la espontaneidad de la gente sencilla, y ese es en realidad el verdadero y único potencial para cambiar el mundo. Todas nosotras estamos condenadas a trabajar para un explotador capitalista (o a autoexplotarnos y producir con los medios capitalistas), a consumir sus absurdos productos, a vivir en su sociedad individualista y patriarcal, a pagar con impuestos a toda la caterva de parásitos y criminales… y el peso de todo ello junto hace imposible salir del laberinto y desarrollar una vida realmente digna.
Pero, si existe una posibilidad -y así pensamos- es la de enfrentarnos a ese sistema irracional de manera colectiva y simultánea. Solo así podemos tener una esperanza de, en el corto espacio de nuestra vida, contribuir a crear un mundo nuevo. Crear colectividades integrales, en las que cerremos las puertas a todas las dimensiones posibles del monstruo capitalista: la producción, el consumo, la educación, la vivienda, las relaciones sociales y afectivas, la toma de decisiones… No podremos evadirnos de todo, por supuesto, pero sí de un alto porcentaje, si trabajamos con esfuerzo. Tampoco creemos que sea bueno crear burbujas totalmente aisladas, debemos contagiar, incidir, seguir con la sociedad y en las luchas. Una comunidad no cambiará mucho, pero una red de comunidades y proyectos, basadas en estos principios de horizontalidad, apoyo mutuo, antiestatismo y anticapitalismo, pueden crear una alternativa real. Y hasta puede que logremos escapar de la más potente arma del capital contra las asociaciones libres: la absorción y asimilación por parte del sistema.1
¿Renunciaremos a la oportunidad de crear algo así en nuestra vida? ¿Rechazaremos la gran responsabilidad de transformar?
Es la hora de la gente. El tiempo de los gobiernos y las mafias, de las multinacionales y las armas, de la sociedad miserable, ya se ha agotado. Nosotras vamos a trenzar un hilo, una sencilla hebra. Esperamos contribuir a tejer una nueva sociedad.
Fuente: Hebra Comunidad
1 Para una descripción de esta voraz estrategia, ver en nuestra web el artículo “La acción económica, parte 3: ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡No, es Superman!”