Por Julio Rubio Gómez, autor de Decimocuarto asalto. La adolescencia golpeada: sentir, pensar y luchar en el barrio
Febrero 2018
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A los niños y niñas les llaman “menores”
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A las personas “usuarios”
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A los niños de la calle “MENAS” (Menor extranjero no acompañado)
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Al tejido social “intrusismo laboral”
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A las cárceles de niños y niñas “centros de menores”
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A la coacción, al chantaje, a infantilizar… “poner límites”
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Al intento de suicidio “llamar la atención”
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A drogar “medicar”
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A las palizas “contenciones”
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A la celda de aislamiento la “habitación de reflexión”
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Al hermetismo “protección del menor”, “protección de datos”
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Al monopolio en la intervención “profesionalismo”
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A los interrogatorios “entrevistas”
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Al secuestro “retirada de tutela”
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A la impotencia “trastorno negativista desafiante”, “baja tolerancia a la frustración”
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Al violentado “violento”
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Al déficit de interés “déficit de atención”
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Al miedo del niño y la niña al maltratador en violencia de género “Síndrome de Alineación Parental”
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Al sometimiento “reinserción”
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A la deshumanización “distanciamiento psicológico óptimo”
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Y así podríamos seguir hasta crear un diccionario, pues la “educación social” ha creado un auténtico idioma. Y en este idioma lo que más nos interesa es descifrar y descubrir lo que se esconde detrás de las palabras “educación social”.
La frase más contundente y definitoria de la “educación social” se la oí decir a una persona que llevaba cuarenta años trabajando en los barrios directamente con la chavalada, las familias, los conflictos;
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